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Channel: Biología evolutiva – La Ciencia y sus Demonios
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Las islas paradisiacas no lo son tanto cuando se deja de vacunar

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Las vacunas son probablemente el mejor medicamento inventado por la medicina científica. Sin embargo sus efectos desaparecen cuando se relaja su administración, quedando desprotegida la población tal y como acaba de suceder en la paradisiaca Samoa, en donde ha surgido un importante brote de sarampión que ha colapsado las frágiles infraestructuras sanitarias del país y que ha obligado al gobierno a declarar el estado de emergencia.

Las vacunas impiden las epidemias siempre y cuando la gran mayoría de la población esté vacunada gracias a la denominada inmunidad de grupo, que impide de facto el contagio entre los pocos individuos de una población que no hayan sido inmunizados.

El problema aparece cuando las personas, libres de esos terribles patógenos que combate la vacunación, se relajan y dejan de vacunar a sus hijos por ignorancia o simplemente por desidia, puesto que ya no recuerdan la última vez que alguien enfermó en su pueblo o país por los virus del sarampión, la rubeola o la poliomielitis. Y entonces los porcentajes de vacunados comienzan a disminuir, aumentando poco a poco el número de individuos desprotegidos frente a los patógenos. Si la población en cuestión está relativamente aislada pueden pasar años en los que las tasas de vacunación sean cada vez más bajas sin que aparezca ningún brote infeccioso. Y ello puede dar una falsa y peligrosa seguridad y argumentos a los antivacunas, ya que si el 10, el 20 o el 30% de los habitantes de una determinado lugar está sin vacunar y pasan los años y no ocurre nada pues eso “demostraría” (según esa deficiente y más que errónea forma de pensar) que las vacunas son innecesarias.

Y así llegamos a Samoa, una pequeña nación insular del Pacífico en donde después de mucha relajación sanitaria la tasa de vacunación frente al sarampión había caído a tan sólo el 66% de la población, con decenas de miles de niños y adultos de sus cerca de 200.000 habitantes sin vacunar. Pero de pronto el pasado 16 de octubre el virus del sarampión consiguió entrar en el país, apareciendo los primeros casos con la muerte de un menor de año y medio de edad. Como el sarampión es altamente transmisible, tan sólo cuatro días después el número de infectados superaba los 150 pacientes. El día 27 de octubre los enfermos eran ya más de 300, repartidos por toda la geografía de las dos islas principales del país y habían fallecido 3 personas. A mediados de este mes de noviembre la situación era crítica y el gobierno tuvo que declarar el estado de emergencia el día 15, cerrando todas las escuelas. En la actualidad la situación está lejos de ser controlada  puesto que los afectados rondan ya el millar, hay varios cientos hospitalizados y se ha producido la muerte de 14 niños y un adulto. Si extrapoláramos la actual situación de la epidemia de sarampión en Samoa a un país con la población de España estaríamos hablando de unos 235.000 afectados, varias decenas de miles de ellos hospitalizados y al menos 3.500 muertes, y todo ello ha acaecido en tan sólo unas cinco semanas.

Ante la gravedad del problema UNICEF ha tenido que enviar al país 100.000 dosis de vacunas, 30.000 dosis de vitamina A (compuesto orgánico que contribuye a mejorar las respuestas inmunes frente a infecciones), refrigeradores suficientes para mantener a la temperatura adecuada los medicamentos y equipos de respuesta rápida a emergencias que incluyen al menos 30 profesionales sanitarios de refuerzo proporcionados por Nueva Zelanda, ya que las infraestructuras sanitarias del pequeño país están sobrepasadas por la epidemia.

Dejando aparte la tragedia de las muertes que son incuantificables, el coste sanitario y el daño a la economía del país debido a una epidemia que se hubiera podido evitar con un gasto mínimo son inmensos para una nación como Samoa. Ahora el gobierno samoano, que acaba de declarar obligatorias las vacunas, echa la culpa del desastre a la irresponsabilidad de los padres, sin tener en cuenta su más que importante parte de responsabilidad, ya que su también negligente dejación de funciones durante los años en los que el número de no vacunados no dejaba de crecer ha contribuido mucho a que se haya podido producir este catástrofe sanitaria.

Pero este dramático caso en Samoa, lejos de ser una excepción es algo que está ocurriendo también en otras naciones insulares del Pacífico Sur, ya que en el pequeño Reino de Tonga desde que los integrantes del equipo de rugby de una escuela de secundaria importaran el sarampión tras volver de una competición en Nueva Zelanda a principios del mes de octubre, hay ya al menos 177 infectados, se han cerrado las escuelas y el gobierno recomienda a la población que limite los viajes y contactos sociales para reducir la posibilidad de contagio. Y también recientemente en las islas Fiji han aparecido varios casos de sarampión.

Además, como el virus del sarampión destruye la memoria inmunológica de los infectados, un porcentaje significativo de estos isleños del Pacífico Sur que sobrevivan a la actual epidemia tendrán dañado su sistema inmune y por tanto responderán peor a los patógenos a los que se enfrenten en los próximos meses e incluso años, agravándose los síntomas asociados a esas nuevas infecciones (por lo que aumentará el gasto sanitario de esos países) y se producirán algunas muertes más que innecesarias, puesto que la vacuna contra este tan peligroso patógeno protege frente al virus sin dañar al sistema inmune.

En resumen, este es quizás el caso más claro en que la ignorancia de una parte de la ciudadanía se alía con la negligencia institucional para desencadenar una situación dramática desde múltiples puntos de vista: sanitario, social y hasta económico, que bien pudiera haberse evitado de haberse mantenido en activo un conocimiento más que sólido, cuya ejecución es sencilla, fácil, además de barata. Pero ya se sabe que la Ciencia y la sociedad humana discurren habitualmente por esos famosos senderos que se bifurcan, como magistralmente escribía el siempre genial Borges.

P.D.

Y de regalo para alimentar el siempre más que necesario pensamiento crítico uno de los más antológicos diálogos del siempre mordaz (pero más que certero) Dr. House con una neohippie postmoderna creyente en la secta antivacunas, uno de esos padres que por haber transmitido su legado genético piensa (ya sé que es un eufemismo) que sabe mejor que los miles y miles de científicos que han dedicado su vida a desentrañar los misterios de la Microbiología, la Virología, la Inmunología y la Salud Pública lo que es mejor para sus pobres vástagos. ¡Que lo disfruten!

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