Una de las grandes paradojas de este mundo tecnológico en el que vivimos es la pervivencia en la primera potencia científico-técnica mundial de un amplísimo sector de su población, no sólo profundamente ignorante, sino lo que es mucho peor, también ostentosa y orgullosamente anticientífico e impermeable a las bases más elementales del conocimiento.
En el país con más premios Nobel del mundo, con el mayor número de universidades de calidad y de centros de investigación punteros, nación en la que trabajan infinidad de investigadores de todas las ramas del saber y en donde se producen descubrimientos científicos casi de manera diaria, resulta que más de cien millones de sus ciudadanos piensan y tienen el mismo nivel científico que los habitantes del ya lejano y oscuro Medievo occidental, tal y como se encarga de recordarnos la encuesta Gallup recientemente publicada. Así un increíble ¡42%! de los encuestados cree a pie juntillas en la literalidad de la Biblia, de tal manera que piensan (bueno eso de pensar es un innegable eufemismo) que la especie humana fue creada tal y como somos en la actualidad a partir de una mezcla de barro soplado, costillas y mucho incesto, hecho que piensan además que ocurrió más o menos por la misma época en la que los arqueólogos nos aseguran que se estaban formando ya los primeros imperios conocidos.
Y lo más increíble y paradójico del caso es que son los logros de la medicina científica, basada en la Teoría de la Evolución los que permiten a estos millones de ignorantes fanáticos que pueblan ese inmenso país sobrevivir hasta muy avanzadas edades evitando esas terribles plagas bíblicas, tan inteligentemente diseñadas por una supuestamente bondadosa y misericordiosa deidad, encargadas de repartir la furia divina no sólo entre ateos, herejes y demás personas de mal vivir, sino también entre sus seguidores por más piadosos que éstos sean, los mismos individuos que siguen creyendo en pleno siglo XXI absurda y obcecadamente, que la evolución es un invento de perversos e impíos científicos ateos influidos por el infatigable Maligno, puesto que ellos por supuesto, ¡faltaría más! no descienden de primate alguno ya que fueron creados directamente a imagen y semejanza del dios de los sedientos pedregales de Judea y de Samaria.
Además, otro nada despreciable 31% de los encuestados indican que aunque los humanos hemos evolucionado de especies “inferiores”, ello sólo ha sido posible por la guía y la intervención divinas. De tal manera que, únicamente un exiguo 19% de los ciudadanos estadounidenses aceptan la Teoría de la Evolución con todas sus consecuencias.
Y lo más sorprendente es que tal y como se muestra en la siguiente figura
el apoyo al creacionismo en EEUU se ha mantenido con ligeras variaciones siempre por encima del 40% desde que se empezaron a realizar este tipo de encuestas hace ya más de tres décadas, tiempo éste durante el cual miles de científicos de todo el mundo han presentado infinidad de estudios corroborando, ampliando y perfeccionando nuestro conocimiento acerca del proceso evolutivo tanto en humanos como en el resto de los seres vivos.
El único cambio apreciable en estos datos a lo largo del tiempo ha sido la ligera tendencia observada en este siglo XXI a duplicar el porcentaje de personas que aceptan la Teoría de la Evolución, pero sólo a costa de aquellos que opinaban que dios dirigía la evolución humana. Así entonces, de estos datos se pueden deducir dos lecturas. La primera positiva, en la que con el paso de tiempo, la educación y la divulgación científicas podrían ir aumentando el número de personas que entiendan la evolución desde un punto de vista científico y alejándolas cada vez más de la visión teocéntrica del mundo. Y otra lectura desgraciadamente más negativa, en la que ese 40% de literalistas bíblicos estadounidenses van a seguir siendo impermeables al conocimiento científico y a la realidad, independientemente de los esfuerzos que se hagan ese sentido.
Y muy desgraciadamente, no piensen que cuando nos referimos a estos fundamentalistas es que estamos hablando únicamente del típico habitante rural del Cinturón de la Biblia, sin estudios y apegado al terruño al estilo de los primeros pioneros estadounidenses, puesto que tal y como muestro en la siguiente figura
casi la mitad de los estadounidenses encuestados que han cursado estudios superiores y una cuarta parte de aquellos que han terminado una carrera universitaria opinan que cientos de miles de nuestras más brillantes mentes: arqueólogos, antropólogos, físicos, químicos, geólogos, biólogos y ese largo etcétera de profesionales del conocimiento, implicados en destejer los misterios del pasado en todas sus variantes, han dilapidado durante más de dos siglos cientos de miles de millones de euros montado una confabulación anticristiana a escala planetaria para encubrir la única y auténtica Verdad, religiosa por supuesto.
En resumen que en la época de mayor esplendor de la ciencia, resulta que gran parte de la población en el país más poderoso y avanzado del planeta sigue aferrada dogmática e ignorantemente a unos mitos prehistóricos inventados por unos pobres iletrados de hace milenios, tal y como si el reloj de la Historia se hubiera parado en la antigua Mesopotamia. Terriblemente descorazonador y una muestra evidente del fracaso de la enseñanza de la ciencia.
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