Aunque pueda parecer sorprendente, a lo largo del último siglo la Medicina y la Biología Evolutiva han mantenido escasas y a veces complicadas relaciones, de tal manera que incluso a día de hoy en muchas facultades médicas del mundo la Biología Evolutiva está prácticamente ausente dentro de la formación de los futuros clínicos. Y esta ausencia conlleva una visión de la medicina desenfocada y a veces hasta contraproducente para la salud pública.
Así mientras que a lo largo del último siglo y medio la Medicina ha ido incorporando los conocimientos adquiridos en Bioquímica, Fisiología, Histología y el resto de -ologías, ello se ha realizado en una ausencia casi total de la rama madre de la cual todas ellas derivan: la Biología Evolutiva. Y esto implica que en la práctica la profesión médica tiende a ver el cuerpo humano como una “máquina” bien diseñada, aun cuando esa misma máquina tiene una gran tendencia a “romperse”. Este hecho hace necesario un mantenimiento constante, y la tendencia médica es a reparar el cuerpo humano de la misma manera que un equipo de expertos en mecánica puede mantener el motor de un coche de carreras, de ahí que la cirugía sea quizás la rama médica con mayor prestigio. Así, a los estudiantes de medicina se les enseña que su trabajo como médicos consistirá en arreglar esta máquina y hacer que siga funcionando durante el mayor tiempo posible. Sin embargo el cuerpo humano no es una máquina sino un conjunto de material vivo, resultado de la evolución por selección natural.
Entonces las analogías derivadas de la ingeniería y la maquinaria son profundamente engañosas e impiden en la práctica la comprensión profunda de por qué los humanos somos tan vulnerables a la enfermedad y la degeneración. Porque los problemas médicos de los sapiens derivan en última instancia de que la selección natural y la evolución operan maximizando la reproducción y no la salud, lo que implica que todas las especies (y por mucho que les pese a muchas personas el ser humano es tan sólo una especie más sin ningún rasgo propio que la privilegie) son paquetes de compromisos evolutivos, lo que conlleva ventajas pero también multitud de inevitables desventajas y limitaciones. Es por ello que en los últimos años diversos investigadores han indicado la necesidad de replantear toda la filosofía y enfoque de la Medicina actual para convertirla en una Medicina Evolutiva que permita enfrentarse a la enfermedad desde una óptica más realista y quizás más productiva a la larga [1 y 2].
A continuación voy a reseñar un par de ejemplos a distinto nivel que muestran la necesidad de este cambio de paradigma. El primero nos lleva a la hipertermia, que es un mecanismo evolutivo conservado en organismos superiores ya que es un elemento clave a la hora de combatir las infección. Esto es así porque los patógenos se han adaptado a crecer a la temperatura del cuerpo humano, de tal forma que la fiebre es el mecanismo evolutivo para elevar la temperatura del organismo y hacer entonces que el cuerpo humano se convierta en un entorno más hostil para los microorganismos invasores cuanto más alta (dentro de lo posible) sea esta temperatura corporal, con el resultado de que se retarda la replicación de virus y bacterias. Es más, la fiebre tiene una segunda función igualmente vital para la supervivencia del infectado, que es la de desencadenar múltiples efectos estimulatorios sobre el sistema inmunológico, que es el encargado a la postre de eliminar al agente infeccioso. Es decir, que salvo que el paciente esté en un estado crítico de fiebre disparada durante un tiempo prolongado, lo que dicta el más elemental conocimiento evolutivo es que debemos dejar que la temperatura del enfermo sea lo más alta posible. Sin embargo al menor síntoma las personas (sobre todo cuando hay niños de por medio) acudimos raudas al médico para que nos recete o al farmacéutico para que nos venda directamente esa infinidad de medicamentos disponibles en el mercado dedicados a la reducción de estos tan beneficiosos síntomas febriles (ventas que muy seguramente hacen saltar de regocijo a esos directivos de las corporaciones farmacéuticas siempre preocupados por la cuenta de resultados). De tal manera que la incomprensión de los mecanismos evolutivos conlleva un evidente perjuicio tanto para el paciente individual (ya que se facilita el crecimiento de los patógenos que le están atacando y se inactiva parcialmente ese sistema inmune que debería estar eliminando a estos microorganismos infecciosos) y también para el conjunto de la sociedad, puesto que la fiebre tiene una tercera función evolutiva y es la de llevar al enfermo a un estado letárgico y deprimido que le mantiene quieto e inactivo, por lo que se dificulta la propagación de la epidemia entre sus congéneres. Si los médicos y los farmacéuticos hubieran estudiado Biología Evolutiva quizás serían más combativos frente a este sinsentido sanitario antipirético.
El segundo ejemplo está relacionado con la fisiología femenina y el cáncer. Nuestra estirpe ha evolucionado durante millones de años en el entorno de las bandas de cazadores/recolectores, de las que incluso queda todavía algunos ejemplos desperdigados por las regiones más remotas del planeta. En este hábitat primigenio las adolescentes en cuanto llegaban a la época fértil solían quedarse rápidamente embarazadas y el hecho de vivir de manera nómada, en donde hay que transportar constantemente al vástago desde que es un recién nacido hasta que alcanza los 2-4 años en donde puede ser relativamente autónomo, hicieron que se desarrollaran en nuestra especie mecanismos fisiológicos (como es el caso de la lactancia prolongada) para evitar embarazos demasiado próximos. Ello hace que las mujeres estén evolutivamente adaptadas a tener unos pocos ciclos menstruales (hasta la fecundación), seguidos por un largo periodo de embarazo más lactancia de entre 3 y 5 años para después volver a repetirse todo el proceso. Ello implica que en la práctica una mujer está preparada evolutivamente para tener unas pocas decenas de reglas durante toda su etapa fértil y eso con altibajos.
Sin embargo el panorama actual de la mujer ha cambiado profundamente, al menos en el Primer Mundo, respecto a nuestro ecosistema primigenio. Ahora con las mejoras higiénicas y alimentarias la menarquía se ha adelantado en las adolescentes. Sin embargo (y por suerte) salvo una minoría estas chicas no se quedan embarazadas rápidamente, sino que por el contrario la edad del primer parto (si llega) es bien avanzada la treintena en el mundo occidental. Es más, el número de hijos para la mayoría es muy limitado, oscilando entre uno y dos por mujer, dependiendo del país y el entorno socioeconómico. También por diversos motivos el periodo de lactancia natural se ha acortado mucho o desaparecido en gran parte de las madres actuales. Y todos estos cambios tienen profundas implicaciones fisiológicas, pero también patológicas.
Así en la actualidad las mujeres modernas experimentan alrededor de quinientas ovulaciones durante su vida fértil. Y ello puede llevar a un daño mecánico a las células que recubren el ovario, que junto con las altas fluctuaciones locales de las hormonas sexuales asociadas a las distintas fases de periodo femenino hacen aumentar el riesgo de cáncer de ovario. Es por ello que el uso de anticonceptivos orales, que reducen el número de ciclos menstruales de las mujeres que los usan, está relacionado con un menor riesgo en este tipo de cáncer.
Además hay que tener en cuenta que en la mujer la maduración completa de la mama depende del primer embarazo, por tanto en mujeres que llegan a una edad “avanzada” sin haber dado a luz, su tejido mamario se mantiene inmaduro durante mucho tiempo y junto con la constante regeneración de las células epiteliales de la mama debido a la acción coordinada de progesterona y estrógenos por los repetidos ciclos menstruales aumentan mucho las tasas de cáncer de mama en mujeres occidentales. Entonces basándose en este conocimiento evolutivo quizás sería muchísimo más eficaz orientar la perspectiva sanitaria hacia el desarrollo de tratamientos preventivos que imiten lo mejor posible esos ciclos naturales prehistóricos de unas pocas menstruaciones seguidas de embarazo más lactancia prolongada, en lugar de tener que luchar al final contra los siempre peligrosos procesos tumorales en ovario o mama, con todo lo que ello significa desde el punto de vista tanto de la paciente como del sistema sanitario.
P.D.
El título de la entrada es una frase del Dr. Randolph Nesse, uno de los fundadores de la medicina evolutiva.
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