La actual pandemia mundial es el ejemplo paradigmático de la importancia de las vacunas, porque cuando un virus se disemina entre la población el desastre (no sólo sanitario) está asegurado.
Desgraciadamente el mundo está sufriendo en vivo y en directo un experimento natural sobre la importancia de las vacunas. Así, ante la ausencia del método profiláctico por excelencia frente a un patógeno como la COVID19 el resultado es que cientos de miles de personas están muriendo o van a morir en los próximos meses, millones de infectados tienen que ser atendidos en hospitales y todo el sistema económico mundial está paralizado con pérdidas que cuando todo esto termine se cuantificarán en bastantes billones de euros.
Pero atendiendo sólo al aspecto más importante, el coste en vidas humanas, cuando dentro de unos meses se analicen las estadísticas de mortalidad por este coronavirus, no solo habrá que tener en cuenta los decesos directamente atribuibles a la propia infección viral, también habrá que incluir esos probablemente millones de muertos que se producirán porque, al haber sido desbordados los sistemas sanitarios de medio mundo, millones de dosis de otras vacunas que protegen frente el resto de patógenos no pudieron ser administradas y millones de enfermos de múltiples patologías no pudieron recibir a tiempo los tratamientos que necesitaban para su supervivencia: cirugías de todo tipo, radio y quimioterapias, etc.
Este es el inimaginable coste de no disponer de una vacuna frente a un patógeno peligroso. Y que conste de que dentro de lo malo, la tasa de mortalidad y la especial predilección de este virus por el segmento social de mayor edad nos ha salvado de una hecatombe total. Imaginemos que el COVID19 (o ya puestos la próxima zoonosis que por nuestra irresponsabilidad inevitablemente aparecerá) hubiera tenido la tasa de mortalidad de la viruela, que se calcula entre el 30 y el 70% de los infectados, y su nula discriminación por edades.
En este caso que comento, en un país de unos 50 millones de habitantes como España estaríamos hablando de 10 o 20 millones de muertos y por supuesto la vuelta a la Edad de Piedra, porque en ese caso olvídense ustedes de los servicios sanitarios o de cosas tan básicas como el suministro de alimentos o ya puestos del simple enterramiento de los fallecidos, ya que es más que previsible que ese tan denostado por muchos Estado colapsara. Pero por lo menos qué felices estarían todos esos neoliberales que llevan décadas diciendo que lo mejor es la iniciativa privada sin cortapisa alguna y la libre competencia (por la comida, el agua y los medicamentos).
Ahora solo cabe esperar que esta tragedia sirva para que las sociedades avanzadas reflexionen profundamente acerca de las verdaderas prioridades, y así dejemos de tirar al cubo de la basura decenas de miles de millones de euros al año en marketing de medicamentos y la I+D sanitaria deje de derrochar recursos financieros y humanos en reverdecer fármacos o “medicalizar” lo que no son más que situaciones normales de la vida cotidiana no estrictamente patológicas y se creen y financien adecuadamente los mecanismos de I+D+i que permitan responder a este tipo de situaciones en el menor tiempo posible o mejor aún, adelantarse a ellas.
P.D.
Y de regalo un video sobre vacunas.
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